Las ofrendas son una traición puramente ancestral.
Desde el sacrificio del unigénito (desde el momento embrionario hasta la pubertad ya que con la capacidad de fecundar se perdía el honor de ser entregado),
para alcanzar la misión oculta con la que vinimos a este mundo (la unión espiritual sacra, o el poder como guardián o guerrero, para el y sus otros descendientes),
siguiendo el ejemplo Divino (entrega del único hijo engendrado para su crucifixión) que con tanto detalle narra la biblia u otros libros sagrados y que fueron un pilar de tradición del Medievo Occidental.
Hasta las ofrendas de frutos, en el altar o en la tumba, que son parte de ese desprendimiento significativo de ciertos bienes materiales obtenidos durante el año, como pueden ser lo mejor de la cosecha, las flores de temporada, o alguna prenda querida, que el hombre en señal de gratitud comparte con el mundo espiritual (Dioses o muertos).