Capitulo Uno

Martes 6 de febrero de 2024 por Inmaculada Casado

Comparto con vosotros el Capitulo Uno, que trata de la historia de Santiago y Marisa, los escritores del Libro. como motivación a la lectura del Libro: El Linaje de la Estrella.

Uno

A mis casi 57 años, por fin voy a hacer realidad una de las mayores ilusiones de mi vida. La verdad es que, pensándolo fríamente, todo ha pasado en un suspiro; no puedo quejarme de cómo ha transcurrido mi existencia ya que desde muy pequeño tuve claro qué quería ser y lo conseguí sin demasiado esfuerzo. Al terminar el bachillerato y, con un expediente más que justo, pude sin embargo seguir adelante con el sueño que tenía desde casi la niñez: convertirme en abogado. No sé muy bien si atribuir esa temprana vocación a mi abuelo magistrado, o a los episodios en blanco y negro de Perry Mason, una serie que veía de pequeño y me encantaba.
En la facultad conocí a Evaristo quien años después sería uno de mis socios y tendría mucho que ver en la consecución de mis proyectos y la culminación de mi acomodada vida actual; si él no hubiera aparecido en mi vida no habría sido tan fácil. Me explico: mi ahora socio pertenecía a una de las familias más adineradas de Vigo, nuestra ciudad natal; era el hijo mayor de los Lara y tenía dos hermanas, María Luisa y Victoria. Al terminar la carrera de derecho, su familia decidió que el primogénito debía mantener el status social característico del clan y, sin ningún tipo de dificultades ni cortapisas, pusieron a su disposición un lujoso bufete de abogados que estaba y está albergado en uno de los edificios históricos modernistas del centro de la ciudad.
Evaristo y yo éramos muy amigos ya desde el inicio de la carrera. Acabó siendo poco más que un abogado mediocre, por lo que al terminar los estudios me propuso casi de inmediato unirnos en sociedad. No lo pensé mucho: las influencias de su familia nos aseguraban una clientela selecta y solvente y, mi sólida formación profesional, garantizaba una atención perfecta y cuidada a la élite social de nuestra ciudad y las limítrofes. Con esos mimbres y, como no podía ser de otra manera, el negocio prosperó rápidamente hasta el punto de que pronto nos vimos en la necesidad de ampliar el bufete contratando a un nuevo socio, Ignacio. Éste acababa de salir de la facultad pero atendiendo a su currículo que mostraba unos impresionantes conocimientos en derecho penal, pensamos que sería muy interesante su incorporación a la sociedad; su formación le hacía acreedor de un puesto a nuestro lado en un bufete que, para entonces, disponía ya de un sobresaliente prestigio.

Por aquellas fechas conocí a María Luisa, la hermana de Evaristo. Era una hermosa mujer de entonces 21 años; enseguida congeniamos y empezamos a salir, algo con lo que su hermano estuvo encantado. A Marisa (como la llamábamos los íntimos) y, a pesar de las costumbres y tradiciones de su familia, le importaban muy poco la posición social, las influencias y el dinero. En parte, supongo que se sabía en un ambiente seguro, tenía la completa certeza de que nada malo podía ocurrirle en la vida, que a pesar de todo siempre podría contar con la protección y el apoyo familiar en cualquier circunstancia y, todo eso supongo que da mucha tranquilidad y libertad para más o menos hacer lo que te apetezca. Era la mujer que todo hombre sueña conocer, tener, amar: alta, de pelo castaño claro, tremendamente atractiva y sugerente, delgada, con mucho éxito entre los hombres, vital, alegre, pasional... ¡un torbellino! Además, su espíritu era el paradigma de la absoluta libertad: aparecía y desaparecía continuamente, nada la ataba y nunca se comprometía; era capaz de darme ese punto de locura necesario para comenzar cualquier cosa por descabellada que fuera y conseguirla, pero mi problema con ella radicaba precisamente en su forma de ser. Por mi educación y lo visto en mi hogar desde niño, yo aspiraba a que la mujer que compartiera mi vida fuera una abnegada, discreta y sumisa ama de casa y, Marisa era todo lo contrario; ni siquiera una supuesta preocupación por la posición o el buen nombre de la familia habían conseguido que madurara como continuamente le repetían sus padres, con lo que y, a pesar de estar enamorados, finalmente me casé con Blanca. Así fue como por ser fiel a la educación recibida y a las costumbres de la época, simplemente por cobardía, tiré por tierra toda mi vida emocional y sentimental. Ahora que Blanca ya no está conmigo, no tengo ningún problema en confesarlo y reconocerlo, seguro que sabrá perdonarme allá donde se halle. Estoy convencido de que Marisa me quería, porque cuando me casé no pudo soportarlo y desapareció por completo de mi vida sin dejar el más mínimo rastro.
Blanca, mi esposa (mi hija se llama igual), era una mujer no muy alta, rellenita (parecíamos el punto y la i), muy buena, de costumbres sencillas, amante de la naturaleza, del hogar, la familia y una excelente madre y esposa. Con ella, siempre tuve paz, equilibrio y seguridad, pero estoy convencido de que nada de lo que me dio fue comparable a lo que podía haber tenido con Marisa. A su lado tuve una vida feliz, plácida, aunque con el paso de los años empecé a echar de menos algo de riesgo y aventura ¡Era todo tan previsible! todo estaba perfectamente calculado, ordenado, limpio, demasiado perfecto… pero ya era tarde, el tren había partido sin mí, así que fui resignándome poco a poco a la pérdida de Marisa con todas las posibles expectativas que hubiera podido ofrecerme de compartir mi vida con ella, y me refugié en el trabajo. No puedo decir que no quisiera a Blanca, pero nunca la amé como a Marisa…
Tras mi enlace, supe por Evaristo que Marisa se sumió en una fuerte depresión que mantuvo a la familia preocupada durante algún tiempo hasta el punto de llegar a considerar la posibilidad de internarla; sin embargo poco a poco y, con la ayuda de todos, fue recuperándose aunque dejó de salir a la calle y trataba de evitar los lugares en los que habíamos estado mientras éramos novios, en los que habíamos sido felices. Al fin y al cabo Vigo no es tan grande y, el recuerdo de nuestra frustrada relación debía de hacérsele patente en muchos de los rincones de la ciudad.

Evaristo siguiendo el ejemplo familiar, ingresó en una logia masónica de la localidad aumentando considerablemente su campo de influencias y contactos, algo que, cuando su hermana terminó de recuperarse y teniendo en cuenta sus deseos de abandonar Vigo, fue determinante para conseguirle un empleo como secretaria de dirección en una empresa sevillana, propiedad de uno de los hermanos masones de esa ciudad. Marisa pues, se trasladó a Sevilla a continuar su solitaria vida. Nunca se casó, nunca tuvo intención alguna de entregar su amor a nadie que no fuera yo y eso, en aquel entonces, era un imposible. Evidentemente tuvo relaciones, pero basadas única y exclusivamente en el deseo de sentirse querida y alejarse de la soledad que reinaba en su vida, era una continua huída hacia adelante, hacia ningún sitio, sin rumbo, objetivo ni esperanza…
Por mi parte, yo seguía con mi placentera vida familiar, dedicado a ver crecer a nuestra hija Blanca, algo que representó un bálsamo, una bendición que, junto con mi trabajo, llenaba por completo mi existencia.

El bufete iba viento en popa y más desde que a Evaristo se le ocurrió algo que, al principio, nos pareció genial a los tres. Nunca supe muy bien por mediación de quien, pero lo cierto es que empezó a tener contactos con supuestos empresarios de la provincia quienes a su vez le pusieron en contacto con otro tipo de empresarios. Por aquel entonces y en aquella zona, estaba muy en boga el tráfico de tabaco, algo que era el verdadero y único medio de sustento de muchas de las familias de la región; raro era el día en que los cuerpos policiales no detenían algún barco o lancha con alijos de diversa consideración. Mi experiencia en derecho marítimo unida a algunas irregularidades observadas en ciertas detenciones en alta mar, llevaron a Evaristo a concebir la idea de defender a los supuestos traficantes en la medida de lo más o menos razonable. Estos nuevos clientes pagaban bien y sin rechistar fuera cual fuera el importe de la minuta. Era una excelente idea pero que traería consecuencias a la larga, aunque en aquel momento eran imprevisibles. Nuestros ingresos se multiplicaron de forma casi exagerada y, aunque en principio esa nueva clientela no gozara de la aprobación popular, los antiguos patrocinados seguían confiándonos sus cuestiones legales de todo tipo.
Por supuesto y aunque los aceptábamos casi todos, no ganábamos la totalidad de los pleitos. Algunos resultaban indefendibles e, inevitablemente, terminaban con la condena del encausado que, en algunos casos y como hasta cierto punto es normal, se mostraba bastante en desacuerdo con nuestra forma de defenderle. Por otro lado, como consecuencia de algunos que sí habíamos ganado (puede incluso que injustamente), nos granjeamos la enemistad de policías, fiscales, algún que otro juez e incluso de ciertos sectores de la sociedad de a pie. Como resultado de todo ello, desde entonces me veo en la obligación de llevar escolta adondequiera que vaya, algo que nos ha hecho ver que quizá no fuera tan buena idea después de todo. Apenas puedo utilizar los transportes públicos y mi vida social se ha reducido drásticamente, hasta el punto de que, en determinadas ocasiones si he de asistir a algún acto social, mis escoltas deban antes visitar y controlar el lugar donde vaya a desarrollarse. Ni siquiera puedo dar mi número de teléfono a nadie que no haya sido previamente estudiado e investigado. Cuando (para desconectar unos días) salgo a la mar con mi barquito de pesca, tengo que llevarme igualmente a los escoltas y seguir prácticamente incomunicado, a excepción del portátil que puedo usar en contadas ocasiones.

Volviendo a mi matrimonio, diré que mi difunta esposa Blanca se había criado en un hogar de costumbres profundamente religiosas, algo que ella siempre practicó y llevó a gala. Yo, no es que fuera muy piadoso, pero la acompañaba regularmente a misa los domingos, siguiendo al pie de la letra el esquema de familia feliz, católica y perfecta. Siempre quiso hacer el Camino de Santiago. Yo, continuamente le decía que desde Vigo estábamos muy cerca, que podíamos ir en cualquier momento, pero siempre respondía que el mérito del Camino estaba en llegar a encontrarse con el Apóstol después de recorrer cualquiera de las rutas oficiales establecidas, con todos sus encantos, ventajas y dificultades, viviendo intensamente la experiencia mística y sagrada. Según ella, esa era la auténtica peregrinación, así que para el verano de 2010 (año Jacobeo), le propuse hacer un viaje a París con la intención de, al regreso, llegar hasta Santiago por la ruta de Nafarroa. Aceptó encantada no tanto por la idea de ir a París que era una concesión hacia mí, así que con la oposición de todos conseguí deshacerme de la escolta durante tres semanas, aduciendo que necesitaba unas vacaciones de verdad y asumiendo personalmente los posibles riesgos y responsabilidades de lo que pudiera ocurrir.
El día previsto salimos en avión hacia París. Estuvimos dos semanas en la capital francesa y lo vimos prácticamente todo. Blanca disfrutaba claramente de la experiencia, le brillaban los ojos como a una niña con zapatos nuevos; todo era nuevo, diferente, luminoso y espectacular para ella, algo que visiblemente superaba todas las expectativas de felicidad de alguien que nunca había salido de Vigo. Yo a mi vez, me sentía feliz viéndola feliz a ella.
Llegó la hora de regresar. Recogimos nuestro coche de alquiler y nos dispusimos a cumplir con mi parte del trato: hacer la peregrinación hasta Santiago de Compostela. Todo seguía siendo maravilloso, hasta que después de Mont-de-Marsan en la autovía D824 al paso por la variante de Tartas, perdí el control del coche dando un giro brutal y cruel a nuestras maravillosas vacaciones y tranquila vida. Blanca falleció en el acto y yo, aparte de algunas magulladuras y cortes, salí completamente ileso. No sé si ha pasado el tiempo suficiente como para haberme sobrepuesto pero lo cierto es que aún no he podido hacerlo, tanto más cuanto la investigación policial puso en duda que se tratara realmente de un accidente, llegando a barajar incluso la hipótesis de un posible atentado basándose en ciertas irregularidades en el sistema de dirección del vehículo, todo lo cual aún me lo hace más difícil pues acrecienta en mi interior cierto sentido de culpabilidad cuando inevitablemente pienso que, de haber contado con escolta, quizá podría haberse evitado la tragedia.
Estuve dos días en observación en un hospital de Mont-de-Marsan y, a mi vuelta a Vigo, se celebró el funeral de Blanca. Apenas tenía fuerzas para soportar la ceremonia, pero lo que más me afectó fue el dolor que sentía mi hija y su actitud para conmigo. No he vuelto a verla desde entonces y sé que ella también me considera culpable de la muerte de su madre aunque no hiciera la más mínima mención a ello. Su trato en aquellos dolorosos días así me lo indicó, su mirada esquiva, de reproche, una cosa más que difícilmente voy a poder olvidar.

La vida siguió a pesar de todo. En los meses posteriores a su pérdida adelgacé en extremo, envejecí más de lo deseado, suprimí como decía antes cualquier atisbo de relaciones sociales, prescindí del teléfono de casa y me pasaba las noches prácticamente en vela en un sillón, simplemente pensando y hundiéndome en mi propio dolor y sentimiento de culpa. Elvira, mi cuñada psicóloga, esposa del hermano de Blanca, intentó acercarse a mí profesionalmente y, aunque procuraba que nuestro trato fuera lo más familiar posible, no obtenía muy buenos resultados. Por más que hablaba conmigo, por más que hacía que yo me sincerara, no conseguía que reaccionara, que saliera de mi mundo de pesadillas y culpas con destino al mundo real. Finalmente, sabiendo que poco más podría lograr con una terapia convencional e, imagino que en una maniobra un tanto desesperada al ver que sus esfuerzos por sacarme del pozo eran vanos, sugirió que me uniera a una de las muchas redes sociales que proliferan en Internet. En un principio, la idea me pareció poco menos que absurda; el concepto que tenía de esas redes y sus integrantes no era demasiado bueno: me imaginaba un espacio físicamente inexistente, en el que un montón de gente con problemas psicológicos de todo tipo trataba de librarse de ellos traspasándoselos a los demás, pero al fin y al cabo, ¿qué era yo en ese momento sino una persona con problemas psicológicos?
Fui madurando la idea poco a poco hasta llegar al convencimiento de que no resultaba tan descabellada. Con algo de suerte, quizá pudiera encontrar gente con quien compartir mis penas y a lo mejor eso me ayudaría a sobrellevarlo de una manera menos traumática, algo que de momento estaba muy lejos de conseguir.
A mi incipiente desequilibrio, había que sumar el factor de mis sueños recurrentes en los que aparecía Blanca, con la sensación añadida de que esos episodios oníricos contenían algún tipo de mensaje que mi difunta esposa deseaba transmitirme. Comenté esos sueños con Elvira quien me recomendó que no les diera mayor importancia; creía en los posibles mensajes recibidos en sueños pero tenía la teoría de que en el momento preciso y, sin tenerles que prestar demasiada atención, esos mensajes siempre se revelan con toda claridad. A pesar de sus consejos, no podía dejar de obsesionarme con la idea de que entre Blanca y yo había quedado algo pendiente, tenía la sensación de que se trataba del Camino de Santiago y nuestro frustrado intento por recorrerlo.

Así que un buen día, siguiendo el consejo de Elvira, decidí darme de alta en FaceBook, una de esas famosas redes sociales. Esta en concreto me la recomendó Evaristo; según él, se trataba del ámbito ideal en el que conseguir buenas y comprensivas amistades (no quiero ni imaginar lo que podía significar eso para Evaristo), e incluso convenientes e interesantes influencias.
Comencé a crear mi perfil intentando en todo momento ser fiel a mi personalidad. En mi presentación añadí el siguiente texto que no recuerdo donde encontré: “Vengo del país de la lluvia eterna, vengo del fin del mundo. Soy de donde el agua muda la eternidad en melancolía y la melancolía se torna en nostalgia perenne. Vengo de la más hermosa tierra que la naturaleza, en su eternidad pudo parir, vengo de la piedra y el viento del norte, gélido y eterno. Soy del país que los hombres llamaron Galicia, soy de la tierra que los dioses quisieron llamar ETERNIA”. A los pocos días descubrí también un grupo en el que se estaban reuniendo personas con el apellido Ojea, un apellido poco habitual pero que, curiosamente, era el segundo de mi abuela, Agostiña López Ojea, de quien se decía que había sido una meiga. En plena guerra civil, mi abuelo tuvo que desaparecer por motivos políticos, por lo que la buena de Agostiña tuvo que criar sola a su única hija (mi madre), Aloia Ruíz López, a la que incluso pudo costearle la carrera de magisterio. Se cree que mi abuelo emigró a América y, como quiera que en el grupo que había encontrado figuraban muchas personas de aquellas tierras, pensé que estaba en el camino correcto y solicité mi ingreso. Aún teniendo poco datos heráldicos de esos apellidos, pude comprobar que las armas de Ruiz eran: en campo de Oro dos lobos de Sable; las de López: en campo de Plata dos lobos también de Sable; y las de Ojea: en campo de Azur cinco lunas crecientes de Plata con las puntas hacia arriba y, en el cóncavo de cada una, una estrella de Oro. Por parte de mi familia paterna el interés era menor aunque abundaban los datos: todos ellos habían sido funcionarios civiles y militares en los campos del derecho y la marina, pero esa parte de mi familia como ya he indicado, carecía del halo de misterio que envolvía a la materna. Es cierto que existían características comunes entre ambas partes, entre ambos escudos familiares: los lobos y las estrellas, algo que me llevó nuevamente a mi recurrente obsesión sobre el Camino de las Estrellas, el de Santiago.
La acogida en el grupo de FaceBook fue, en contra de lo que hubiera podido esperar, realmente cálida y amable; continuamente intercambiábamos información acerca de la heráldica y genealogía del apellido Ojea, pero independientemente, mi estado de ánimo unido a las coincidencias de los lobos y las estrellas, me llevaron a crear un grupo en la misma red social al que di en llamar Lupus Solitari y al que definí como un lugar de encuentro en el que todas las almas solitarias con sentimientos a flor de piel parecidos a los míos pudieran expresarse con el corazón, un lugar en el que pudieran unirse todos los lobos sin manada y tener su territorio.

Algunos días después de crearse Lupus Solitari, se unió a él Sophia, una de las personas interesadas por nuestro apellido (que también compartía) en Iberoamérica. Ese mismo día y, tras cruzar con ella varios mensajes, llenos de ternura, aceptación y ánimo por su parte, Sophia me puso en contacto con Shalomé, afirmando que esta última era la persona adecuada para responder a cuantas preguntas pudieran surgirme acerca de los sueños que tenía con Blanca, en los que la identificaba como Semiramis, La Reina Lupa, o Mujer-Lobo, una loba blanca, además de otros sueños en los que aparecían lobos y estrellas y que, al parecer, Sophia también tenía de vez en cuando.
Shalomé era de César Augusta, e inevitablemente, pronto surgió el tema del viaje que Blanca y yo habíamos hecho a la Expo en 2008 y lo mucho que nos había gustado esa ciudad, sobre todo la Basílica del Pilar por la que mi difunta esposa sentía un cariño muy especial, al considerarlo junto con el propio Santiago, uno de los lugares con más poder espiritual de todo el Camino. Fue en el transcurso de ese viaje cuando me hizo prometer que, cuando pudiéramos, haríamos la Ruta Jacobea.
Curiosamente, Shalomé tenía al lobo como uno de sus animales-tótem; en todo momento hablaba de amor y concordia, e incluso (tal y como había asegurado Sophia), parecía capaz de dar un significado preciso a cada uno de los sueños que pudiera tener. Estaba convencida de que efectivamente, Blanca estaba a mi lado protegiéndome, se mostraba de acuerdo en que la experiencia del Camino de Santiago era sagrada y digna de ser compartida con seres queridos; aseguró incluso que cabía la posibilidad de que en el siguiente Año Santo, hiciera el Camino acompañado por cinco personas más muy cercanas a ella (grupo de seis).
Me llevé otra sorpresa cuando, movido por mi obsesión con las estrellas y los lobos, quise profundizar en el estudio de la Vía Láctea, descubriendo que desembocaba en el Can Mayor, que el Camino de Santiago era un fiel reflejo en la tierra de dicha constelación y que, según la mitología de los celtas, los primitivos moradores da miña terra galega, era conocida como El Arco Iris del Dios Lug, una deidad que cuando recorría el Camino en la tierra lo hacía como un lobo y cuando debía recorrer la Vía Láctea se convertía en cuervo, el ave mensajera. Creí entender el simbolismo, me vi como un Lupus Solitari recorriendo el Sendero de las Estrellas que guiarían a toda nuestra manada para culminar una misión espiritual, una misión aún desconocida, pero que me daría las respuestas que estaba buscando.

Shalomé hablaba también de reconocimiento de almas antiguas que se habían reunido en esta tierra para traer luz y amor, para ayudar a la ascensión del planeta mediante una familia cuyo seno debería acoger a un niño que sería el Guía de la Nueva Humanidad; este proyecto (según Shalomé), se estaba viendo dificultado en gran medida por cierto grupo de personas a los que definía como oscuros, abyectos, propagadores de la maldad, e incluso llegó a decir de ellos que trabajaban contra los designios divinos, mediante intrigas, ritos satánicos, trabajos de brujería, falsos llamamientos mediáticos e intentos de usurpación de poderes que no les correspondían.
Aunque en un principio y, debido a mi educación estrictamente racional, me vi un poco superado y sorprendido por todo ello, debo reconocer que, ante los sueños y visiones de Blanca que inundaban mi vida y mi afán por comprenderlos, comencé a interesarme vivamente por cuanto Shalomé me explicaba. Ella misma me confirmó, aunque sin darme excesivos detalles, que yo también pertenecía a esa familia de almas que luchaban por la supremacía de la Luz, que el hecho de habernos encontrado era significativo, que no era una casualidad; me dio acceso a los datos de su maestra espiritual, María, con la que la unía una profunda relación de amor y amistad, también me proporcionó los perfiles de FaceBook y cuentas de correo electrónico de los que consideraba enemigos, con el fin de que estuviera alerta y no me dejara embaucar por ninguno de ellos de darse el caso de un supuesto intento de acercamiento.
Y curiosamente ese acercamiento se produjo. A los pocos días, establecí contacto con Marta la Pública, quien según Shalomé, era una de las enemigas que practicaban magia negra quien junto con una amiga, querían apropiarse del legado espiritual compuesto del matriarcado de la familia, de un libro al que llamaban la Biblia y del futuro heredero que debía nacer. También me interesé por el resto de personajes no deseados, descubriendo a unas personas un tanto extrañas aunque interesantes, especialmente la pareja formada por Juan y Magdalena. Estos tenían un periódico digital que también se editaba en papel y una televisión por Internet. Según Shalomé, Magdalena pertenecía a la masonería y disfrutaba de contactos e influencias privilegiadas. Juan por su parte, era el antiguo marido de Marta, con la que como he dicho, acababa de establecer contacto en FaceBook y, al parecer, otro de nuestros principales enemigos.
Una noche siguiendo por la Red las pistas que me había facilitado Shalomé, coincidí con la emisión de uno de los programas de televisión de dicha pareja. Se lo comuniqué a mi nueva amiga y confidente y estuvimos viéndolo. Así fue como conocí físicamente a Juan y Magdalena. Lo que vi superaba con creces todo lo que hubiera podido esperar, no entendía nada de lo que estaban diciendo y haciendo; por lo poco que Shalomé iba explicándome sobre la marcha, pude saber que todo estaba basado en un trabajo demoníaco y en contra de la humanidad, aunque lo que yo pensaba realmente era que estaban algo desequilibrados.
Hablaban de chakras, espiritualidad, de sacerdotisas de no sé que orden y de cosas en general muy raras para mí...
Shalomé, me había hablado largo y tendido de todos esos personajes enemigos, del trabajo que hacían, de lo malvados que eran. Por su parte, Marta también me había contado algo de su pasada relación con Juan, dejándolo igualmente en bastante mal lugar, por lo que deduje que algo de razón debían de tener.
Durante esos días estuve comunicándome exclusivamente con Shalomé; Sophia había desaparecido como por ensalmo pero, curiosamente, a partir de esa noche, la de la emisión del programa, quien desapareció fue Shalomé. La buena de Sophia intentó disculparla diciendo que le fallaba la conexión a Internet y otra amiga me dio (al parecer por indicación suya), su número de teléfono para que la llamara, algo que era imposible debido a las medidas de seguridad por las que me rijo estrictamente y que ya he relatado.
Al día siguiente llamé por teléfono a Elvira con quien quería comentar los últimos acontecimientos de mi vida. Se mostró optimista por mi cambio de actitud viendo que por fin, algo conseguía interesarme lo suficiente y asegurando que sería muy beneficioso para mí. Incluso me sugirió que toda esa historia podría ser un valioso material para escribir el libro que siempre había querido escribir.

Con todo, lo más importante que ocurrió en mi vida durante esos días fue la reaparición de Marisa, mi amor de juventud. Una noche escribió en mi recién estrenado muro de FaceBook confesando que había estado buscándome. Imagino que supo por su familia del fallecimiento de Blanca y por ello intentó un acercamiento, algo quizá muy presuntuoso por mi parte aunque deseaba que así fuera con todas mis fuerzas. El caso es que al leerla, me quedé tan impactado que apenas atiné a decir nada, igual que me ocurría cuando éramos jóvenes. A lo largo de los siguientes días mantuvimos un contacto habitual en la Red y mediante el correo electrónico, hasta que por iniciativa de ella (una vez más), se vino a Vigo a ver a la familia y a pasar la Semana Santa conmigo.
Yo por mi parte, me apresuré a poner mi barquito en perfecto estado (algo que no había tenido ánimos para hacer hasta el momento), con la intención de acercarnos a las islas Cíes, a rememorar unas jornadas tranquilas y románticas del pasado. El plan salió a pedir de boca. Era la situación perfecta y, durante esos días hablamos de todo cuanto me había ocurrido en FaceBook, de la gente que había conocido y de las actividades tan especiales a las que se dedicaban. Estuvimos revisando también todos los e-mails cruzados con los implicados que tenía guardados y en los que figuraban las críticas y descalificaciones de unos para con otros, las descripciones de los casi increíbles casos de brujería, la sorprendente historia de la familia espiritual y las supuestas aspiraciones de cada uno de ellos.
Marisa se mostró preocupada porque diera tanta importancia y (según ella) credibilidad a personas que parecían estar tan mal de la cabeza. No acertaba a comprender como una persona madura, profesionalmente exitosa, estable y con las ideas tan claras desde siempre, se dejara embaucar por unos personajes tan siniestros que probablemente, albergaran secretas, oscuras e incluso peligrosas intenciones. Precisamente lo que más le preocupaba era mi seguridad: llegó a pensar que había caído en una red urdida por alguno de mis numerosos enemigos y que alrededor mío se estuviera cuajando una intriga que pudiera desembocar en algún tipo de atentado contra mi vida. A mí todo eso me parecía exagerado, aunque debo confesar que en algún momento de esos días se me había pasado por la cabeza, especialmente cuando Shalomé me hizo llegar su teléfono y en una de las conversaciones con ella me insinuó la posibilidad de costear el viaje de Sophia hasta Hispania para que pudiera reunirse con Pedro el Escriba, el hombre con el que según parecía debía tener a ese supuesto hijo que se había profetizado. Por su parte Marta la Pública, la ex-esposa de Juan, insistió también en pedirme el teléfono, con la excusa de que escribir era demasiado incómodo a la hora de explicarme lo que quería con pelos y señales. Era todo bastante raro y sí, algo llegué a inquietarme.
Tras discutirlo y, cambiando de actitud, Marisa me miró a los ojos y me dijo: -“Aquí tienes material suficiente para escribir un libro, tu libro, ese libro que siempre quisiste escribir...”- La miré atónito y sorprendido por la coincidencia con la afirmación de Elvira que era casi literal y, dándome cuenta de que no era una idea que pudiera descartar así como así. Iba a tomar en consideración esa posibilidad porque, aunque nunca antes había escrito nada, el tema me atraía y especialmente, me atraían los personajes, las relaciones tormentosas entre ellos y el sinfín de historias personales entremezcladas.
No pude dormir, estaba demasiado entusiasmado con la idea y esa noche la pasé en vela escribiendo lo que acabaría siendo el primer capítulo del libro:


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